• La familia de Okey Circus en pleno. No pierden su sonrisa ni sus ganas de salir adelante en el momento más complicado para el rubro circense.
Crédito fotografía: 
Lautaro Carmona
Primer acto: una tradición sigue cautivando a miles. Segundo acto: surge la pandemia que pone en jaque a la actividad. Tercer acto: los artistas no se rinden y pese a las pérdidas continúan sonriendo. La película no tiene nombre porque el final no se ha escrito, sin embargo, el drama es evidente y lo pudimos constatar en un recorrido por territorio circense de La Serena y Coquimbo donde llevan seis meses sin poder funcionar ni desplazarse. Septiembre sería el momento de repuntar, pero el Covid no da tregua. Aun así, la esperanza del aplauso que retorna se mantiene intacta. Más temprano que tarde, la función debe continuar, y lo saben.

Unos seis o siete perros guardianes nos salen a recibir cuando llegamos al sector de Isidoro Campaña, en Las Compañías. Medio rabiosos, medio tiernos, son la avanzada de Luis Sánchez, propietario de Okey Circus, quien avanza a paso seguro para abrir la puerta del cerco que resguarda el terreno donde están instalados hace poco más de cinco meses, desde que comenzó la pandemia.

Se muestra tranquilo, aunque admite que hay momentos del día en que lo agobia la incertidumbre de no saber cuándo volverá la normalidad, brillarán una vez más las luces multicolores y las lentejuelas. Y es que son 30 años  acostumbrados a estar en el centro del plató que se frenaron de un plumazo, sin aviso previo, destruyendo la fuente laboral y la forma de vida de miles de familias a lo largo del país.

Ellos no son la excepción. Pese a que llevaban casi tres años moviéndose sólo dentro de la Región de Coquimbo, nunca se detuvieron y no había fin de semana en que no se vistieran de gala, para mostrar su arte al pueblo. Pero aquello todavía está lejos de volver a ser su dulce rutina y Luis lo sabe. No se hace falsas esperanzas y por lo pronto, allí, en medio de las casas rodantes en donde guardan sus implementos y sus sueños se planta al lado de “la negra”, un Jeep noventero que se ha convertido en su nueva herramienta para sobrevivir, ya que a bordo del fiel vehículo salen a vender las palomitas de maíz, las frutas confitadas, los turrones, los churros, y todo lo que se comercializa entre el público en una clásica actuación y que la gente también extraña en medio de estos tiempos en los que parecen reinar las añoranzas. “De eso hemos vivido todo este tiempo. Acá somos todos familia y nos estamos apoyando, cada uno en lo suyo poniendo de su parte para que no nos falte nada, y también cuando vamos a entregar a algún lado, llevar no sólo el producto, sino que el espíritu circense”, relata Luis, peruano de 51 años, cuya labor en el circo es fundamentalmente la de maestro de ceremonia, pero que en su juventud fue uno de los mejores trapecistas de Latinoamérica, pese a no  provenir de familia circense, como su esposa Marcela Cartes, quien sí es una artista de tercera generación.

Dar y recibir

Fue precisamente Marcela quien introdujo a este mundo a Luis. Sus abuelos son los fundadores del Gran Circo Chamorro y ella desde que tiene uso de razón que recuerda sus primeros juegos entre camas elásticas, payasitos, casas rodantes y aplausos… sobre todo aplausos. “Es lo que más uno extraña, ese aplauso, esa alegría que la gente te retribuye cuando pide que no termine la función. Porque de eso se trata este arte, de dar todo y recibir ese aplauso, que vale más que la plata. Yo nunca había pasado tanto tiempo sin actuar en vivo y a veces llego a soñar con el escenario, o con recuerdos lindos que uno vive en este mundo medio errante, pero hermoso”, dice Marcela, quien se emociona al echar a andar la memoria marcha atrás.

Seis meses llevan sin funcionar los recintos circenses.

Claro, si se trata de recuerdos el que primero aflora es precisamente el que protagoniza su pareja Luis, a quien conoció en una gira que hizo en sus mejores momentos de contorsionista en Lima, Perú. Allí estaba él, músico y profesor que la cautivó, iniciaron una furtiva relación de la que nacieron tres hijos. Todos involucrados en el circo, viviendo y sobreviviendo esta pandemia juntos.

De dulce y de agraz

Como circenses no acostumbran a pedirle nada a nadie, pero sí admiten que ha sido una época en que por primera vez se han dado cuenta del abandono en el que están a nivel estatal. “Nadie se preocupa de nosotros, quienes nos dedicamos a este arte, esta tradición tan típica del país. El ejemplo de ello lo tuvimos el sábado recién pasado que era nuestro día, nadie se acordó. Ninguna autoridad ha mencionado a los circos y a las miles de familias que viven de él, sabiendo que no podemos trabajar. Al final, eso te hace sentir mal, pero se compensa cuando sales a la calle, vas a algún lugar a realizar un delivery y te muestran un cariño inmenso. Esa es la parte dulce”, expresa la artista nacional con sensaciones encontradas, pero siempre orgullosa de su historia, la pasada y la que está por venir.

En ésta última entra Cristian Joel Sánchez de 10 años, el hijo menor, y más tímido. El pequeño, a su corta edad ya ha realizado varias disciplinas, siendo sus favoritas las fajas (acrobacias en cintas) y las pulsadas (paradas de manos). “Eso es lo que estoy entrenando para poder actuar por primera vez cuando termine este virus. Ensayo todos los días”, deja en claro el más novel talento de la familia, sentado al lado de su padre, quien lo mira como hinchando el pecho allí, en la afable salita de la casa rodante.

Sueños por cumplir

Luis y Marcela ya han hecho demasiado por la actividad. No es que quieran retirarse ni mucho menos, pero sí admiten que el tiempo que vendrá será el de la nueva generación. Cierto, son tiempos difíciles, tal vez los más complejos que hayan enfrentado a nivel económico, pero si salen de esta su esfuerzo estará centrado en potenciar las habilidades de sus hijos.

El talento es innato. Luis Sánchez Junior, de 14 años es reflejo de ello. Buen estudiante, y amante de la lectura, pero no hay nada que pueda competir con la pasión circense. Para él, este momento que vive la humanidad lo ha frenado en su camino por los escenarios y retrasado en su desarrollo como artista. Como todo niño que nace en el circo, ha convivido con diferentes disciplinas, pero tiene claro que lo suyo es el malabarismo y hoy se encuentra practicando el denominado “de rebote”, que consiste en hacer rebotar las pelotas contra el suelo en vez de lanzarlas por los aires. “Me gusta ensayar y tener tiempo para hacerlo, lo que no me gusta es que no nos podamos mover. Nosotros hemos recorrido todo Chile con el circo, y ahora último toda la región. Entonces, que de un momento a otro te digan que ya no hay más circo a mí sí me ha afectado, por eso que quiero que esta cuestión de enfermedad pase pronto”, manifestó el adolescente.

El humor por delante, siempre

Óscar (22) es el mayor de los tres hermanos, y el más consolidado. Tiene más “años de circo” y se nota por la madurez con que se toma “la tragedia” que está viviendo la actividad, con un septiembre que debió ser una fiesta convertido en un campo de batalla contra la adversidad. Lo suyo es el humor, aunque aclara, no precisamente el de un payaso, como lo fue por bastante tiempo antes de su evolución. “En el escenario soy ‘Erilardo’, que es como un niño, pero a veces no tan niño, porque es un pícaro también. Es como el tramoya del circo que entra en escena y se le caen las cosas, se tropieza, enciende las cortinas. Se manda puras embarradas. Este personaje no lo inventé yo, lo adapté a mí, porque viene de generaciones en la familia. Alguien tenía que continuarlo y al final resultó que era al que más cómodo le quedaba”, cuenta Óscar, quien está en vías de formar una familia para  continuar la tradición. Su pareja, Deyanira Celedón, artista de quinta generación está de lleno trabajando con Okey Circus como trapecista. “Soy consciente de que estamos en el momento más triste, y quizás vengan cosas peores, pero ahí tenemos que estar nosotros pues, para dar alegría”, afirmó la joven de 19 años, en medio de todos. La familia completa reunida con un solo deseo, y esperando los aplausos. Los perros guardianes duermen, y “la negra” calienta motores. El show debe continuar.

Varados en el puerto

El desconsuelo de un septiembre sin risas ni espectáculo va desde un circo familiar con amplia tradición, hasta uno internacional que la pandemia encontró en Chile. En Coquimbo, las autoridades sanitarias llegaron en el mes de marzo hasta los terrenos donde estaba funcionando el Circo Gigante de México para notificarles que no podían seguir funcionando, y tampoco desplazarse. La noticia la recibió Sergio Parada, chileno pero con residencia de 17 años en el país Azteca siendo maestro de ceremonia en diferentes espectáculos circenses por Latinoamérica.

El plan se vio modificado por completo, y los problemas no tardaron en llegar. Tenían pensado terminar los shows en la región, para luego trasladarse al sur, y posteriormente continuar con Argentina y Brasil. Pero ahora están sumidos en la incertidumbre, viviendo de los ahorros cada una de las familias, y generando recursos tal cual el Okey Circus, vendiendo los souvenirs y los confites que comercializaban en las funciones.

Parada admite que, aunque todos traten de disimularlo y estar de buen ánimo, el golpe ha sido devastador. “Piensa tú que aquí hay gente de distintos países, bueno, algunos se han ido por su cuenta debido a esto, pero la mayoría se ha quedado, entonces es complejo para todos el haber tenido que detenerse en un lugar que no es su casa por tantos meses. Aunque debemos reconocer, y agradecer lo amables que han sido con nosotros, tanto la gente como las autoridades que se han preocupado. Pero de igual forma, es difícil. Aquí somos artistas que de un momento a otro nos tuvimos que dedicar a vender productos. Es complejo”, asevera el chileno-mexicano.

Sin retroceder

Nadie ha perdido la esperanza. En nuestro recorrido por los terrenos donde están ubicadas las modernas casas rodantes del circo mexicano pudimos ver cómo los artistas ensayaban cada una de sus disciplinas, mientras realizaban sus labores cotidianas como lavar su ropa o cocinar. Es vivir en el arte, sobrevivir por el arte. Eso es lo que intenta hacer Sarah Perdomo, venezolana de 27 años quien viaja con su pareja y su hijo de tres años.

Nunca habían estado tanto tiempo quietos, pero tratan de sobrellevarlo de la mejor manera. “Se nos ha hecho bastante difícil, porque dependíamos de la actividad del circo, pero hemos buscado otras formas para generar algo de recursos. Y por supuesto, como tú ves nos mantenemos activos, porque más temprano que tarde vamos a volver a los escenarios”, expresó con optimismo la acróbata.

Ese mismo optimismo lo comparte, Sergio Paolo, hijo del maestro de ceremonia. Él no estaba en el Gigante de México cuando comenzó la pandemia, sino que laboraba en Brasil, pero debido a la crisis sanitaria ese circo cerró y Sergio Paolo vino a estar con su padre. Aquí, como todos en el rubro espera que el tiempo pase, y no deje demasiadas consecuencias, al menos no más de las que ya quedaron. “No nos podemos quedar pensando en que esto es el  final, ni nada por el estilo. Hay que pensar positivo, estar unidos y salir adelante. No retroceder”, expresó el joven de 24 años nacido en Costa Rica, cuyo espíritu puede percibirse apenas se lo ve. Viste de gala entre la tierra, haciendo malabares contra el viento, contra todo. 

 

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